Las nubecillas de vaho se arremolinaban a su alrededor, igual
que antaño hubiera hecho el humo del té que hace horas quedó frío. Tan frío
como el clima; oscuro, nublado y con amenaza de lluvia. Ella ya había ahogado
todas las esperanzas de que él volviese en miles de cafés y tés, en millones de
tardes frente a una hoja en blanco, incontables lágrimas a la amarillenta luz
de la lámpara. Ella ya sabía que no ibas a volver, que te habías marchado,
cerrando la puerta detrás de ti y dejándola encerrada en esa pequeña y
desordenada habitación llena de recuerdos. Todo estaba como lo dejaste, patas
arriba: la cama sin hacer, ropa por el suelo, lápices, pinceles, botes de
pintura, brochas, trozos de canciones, melodías sin terminar, canciones por
escribir y sueños por olvidar. ¿Quién iba a decirle a ella que sólo serías una
cicatriz más en sus muñecas? ¿Quién iba a quitarle la ilusión de niña que
tenía? ¿Quién le diría que te marcharías, en una mañana tormentosa y con tu
guitarra al hombro? Que serías todos los sueños rotos con los que se corta.
Ella sigue allí, frente a la ventana, mirando a la estación
por si apareces en algún tren remoto. Sigue en su “Estación del Norte”, a pesar
de que tú hayas tomado tu tren, ella sigue entre la nieve, envuelta en una
bufanda raída que tiene tu olor marcado. Sigue soñando como antaño, imaginando
perderse en bosques infinitos, malditos o qué sabemos nosotros. Sigue corriendo
junto a su lobo, libre, en las praderas de los sueños, en el bulevar de los
sueños rotos. Ya no hace promesas, ya no mira el atardecer desde el tejado.
Ahora camina bajo la lluvia, descalza, pisando charcos, hace la compra, se baña
al llegar a casa durante horas. Sabe que nunca más oirá tus llaves en la
cerradura, que nunca más la llamarás amor. Y ¿sabes qué? No le importa.
Sale a tomar café y a compartir amenazas, a debatir sobre la
nada. Ya no llega a los armarios de la cocina, y tú no estás para alcanzarle
las cosas; ahora usa una silla, o se sube a la encimera. Ya no teme a las
alturas. Se para a mirar las estrellas, deja pasar autobuses, se permite llegar
tarde a sitios porque le encanta pararse a mirar escaparates de librerías o a
observar las teterías. Sigue llevando medias, y camisas, y vestidos, y abrigos.
Sigue guardando tus camisetas para cuando vuelvas (las tienes en la maleta al
lado de la puerta) Ahora tiene gatos, y velas de colores, e incienso. Dibujos
hasta en el techo y poesías en todos los cajones; rosas negras en una botella
de vodka. Desde que no estás, fuma en la terraza mirando la luna y compartiendo
opiniones con La Muerte y Morfeo.
Tiene las sábanas revueltas; siempre le han gustado así, y
se mantiene firme en aquello que dijo sobre que se duerme mejor con sábanas
limpias, desnuda y después de un buen polvo. Siempre tiene dos de tres, pero le
da igual.
¿Ves aquella ventana rota? Ella sigue allí, con su té más
frío que un muerto y la hoja en blanco, pero ya no espera a escribir una
historia con nadie, ahora ella escribirá su historia. Y tú ya no tienes cabida
en ella.
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Para Loira; muchas gracias por inspirarme y dejarme
plasmarlo. Eres genial.
~ Hachiko.